Por qué me dejaste solo. Perdido. Quiero volver a casa. Me oyes. A casa. Contéstame. Por qué te callas. ¿Te comió la lengua el gato? ¡Quiero a mi mamá!
El océano sollozaba abrazado al acantilado. El viento gemía de cólera por la insensatez de los humanos, y aullaba con la fuerza de todos los inviernos. El agua, vestida de sal y desesperación, se desgarraba contra la cornisa de una tierra verde y desconocida…
Lo vio desde lejos y aunque no conseguía entender sus palabras, si comprendía la fuerza de su desesperación.
Un niño sentado en la inmensidad de una playa vacía. Un niño desgreñado y cubierto de salitre. Un niño con las ropas mojadas y sucias. Un niño con la mirada encendida y la infancia rota. Un niño desamparado, bajo el cielo plomizo y lluvioso de una tierra prometida, que jamás le haría suyo. Un niño agarrado febrilmente a un pedazo de manta deshilachada. Un niño que, con la mirada clavada en el infinito y la angustia incrustada en el corazón, le gritaba al Dios de sus mayores que, por lo que más quisiera, le devolviese a su mamá.
Fotografía de Carlos Valcarcel