La nada que me habita

Dedicado a mi amiga poeta Inés, porque hace unos día decidió volar

Me acaban de despertar. No quieren que me mire al espejo. A veces pierdo el sentido y me extravío entre tantos nacimientos y muertes. Miles de preguntas martillean, infatigables, dentro de mi cabeza. Intento abrir una puerta, para ver sí, junto con las preguntas, vislumbro alguna respuesta que se atreva a cruzar el umbral.  Me sobran las interrogaciones, pero ya no me duele el cuerpo, ni el alma, ni la soledad.

El dolor tiene múltiples caras, usa innúmeros disfraces, es extremadamente astuto… pero por mucho que disimule, ahora, después de tantos años de convivencia, me resulta fácil reconocerlo. Demasiado fácil. Tan fácil que de nada me sirvió. Un día, sin que yo lo percibiera, se infiltró dentro de mí, a través de los poros de mi piel y de mi conducto auditivo. Se alojó en algún lugar de mi esqueleto, tal vez entre los músculos o, lo que es aún peor, en mi cerebro. Intenté pensar en otras cosas para olvidarlo, me decía que no podía estar dentro de mí, que eran imaginaciones mías, que esas ideas eran absurdas…y escribí, escribí todas mis pesadillas.  Entonces él me recolocaba el pensamiento justo en donde le interesaba. Eres mía, me decía suavemente en el oído derecho, después se reía. Yo subía el volumen de la música, pero era él, siempre él, quien cantaba. Creo que ya sabéis de quien hablo, ¿verdad? Llegué a ponerme uno de esos tapones que te dan las compañías aéreas para que no te molesten los ruidos de abordo ni los ronquidos del vecino, pero de nada adelantó. Bueno, al principio sí. Durante algunos años el  muy ladino silenció su voz, pero después fue peor. Me hablaba con una voz por el oído derecho y con otra por el izquierdo. Quería enloquecerme. Enloquecí. Pensé en desistir y grité por ella. Creo que desistí…la prueba es que me estáis leyendo.

Ahora veo nubes sobrevolando las escaleras. Pequeños fragmentos de la mujer que un día fui fluctúan sobre los escalones. A lo lejos, en el horizonte, algo que, tal vez, pueda ser un arcoíris. Reconozco la iridiscencia de unas alas, después escucho un suave y tranquilizador roznar… Me lanzo al vacío esperando recibir ese abrazo fraternal y sincero que nadie me llegó a dar, pero las escaleras no tienen fin y no sé cuánto tiempo necesitaré para volverme a nacer.

No recuerdo em qué momento lo conocí. Solo puedo decir que presentí su llegada, pero no lo vi. Yo era una niña y los niños no temen las diferencias. Caminaba con mi abuela por el campo de margaritas que había cerca de su casa. Él estaba sentado en el césped, las rodillas ensangrentadas, los pantalones cortos llenos de lamparones, la camisa del color de la tierra y con un siete en la manga del brazo derecho, los zapatos sin cordones y cubiertos de barro, las greñas cayéndole por la cara y casi tapándole los ojos, pero yo sabía que todo eso era un disfraz. Por debajo de los rasgones de la camisa se le intuía lo que yo llamaría, sin tapujos, de alas. Unas hermosas alas  de iridiscentes plumas. Un pequeño borrico pastaba a pocos metros de sus pies. Al menos, así lo imaginé. Ya os dije que más que verlo, lo presentí. Nos hicimos amigos. Lo somos hasta los días de hoy. Suelen visitarme en las madrugadas. Sí, el burro también. No han cambiado nada. Yo si cambié.

Os tengo que dejar, lo siento. Espero que me disculpéis. Se que ella está cerca. Presiento su llegada. La  veo venir. Reconozco su hálito y su mirada. Se ha sentado en una piedra del camino. Yo prefiero descansar mis huesos sobre la roca lisa que hay cerca de poniente. Allí, mirándola a los ojos, me despedacé en todas y cada una de esas mujeres que transcurren por las líneas de mis escritos. Me transformé en ellas, para después coserme letra a letra y reconstruirme en un párrafo. Pero no lo conseguí. Es difícil volver a ser. Me sobraron pedazos. Me faltaron fragmentos. Me fui desangrando por los acantilados de unas páginas vírgenes a punto de nacer. Hago constar, caso pueda interesarle a alguien, que intenté sumar todos mis retazos, que casi logré recomponerme, que faltó muy poco para  volver a reconocerme, por fin, en la imagen que me devolvía el espejo… pero las mujeres que me habitan gritaron más alto y yo volví a romperme. Explotamos el espejo y yo. Fue entonces que me desenmascaré, me deshuesé, acaricié mis restos y perdoné todas las injurias recibidas para, una vez libre de Todo, regresar a la Nada. Allí permanezco inerte en una especie de incubadora. No sé cuánto tiempo necesitaré para volverme a nacer. Finalmente, Cronos se detiene y cupido vuela. Ahora, sabré quién soy.

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2 respuestas a La nada que me habita

  1. azurea20 dijo:

    Magnifico y conmovedor texto.

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