Volver

Elecciones 1977

Temía volver, sí, lo temía. ¿A quién podría encontrar allí, a estas alturas de su vida, además de a sus recuerdos? ¿Quién, después de casi 40 años de ausencia, sería capaz de reconocerla?   

– ¿Me encontraré con la que un día he sido? ¿Seguiré siendo la misma en algún lugar de la memoria? ¿Vivirán mis amigos? ¿tropezaré con mi pasado? Eran tantas las preguntas que revoloteaban por su cabeza…

Dejó el cepillo de dientes sobre el mármol, enjuagó el rostro y, por primera vez en mucho tiempo, se miró al espejo. Por detrás del vaho matutino, entrevió un cuerpo joven tapado con una manta, quizás un capote, y sintió un escalofrío.

Agarrada al volante del camión vislumbró, por el pedazo de espejo que aún le restaba al retrovisor, la silueta de aquellas montañas que un día habían sido su hogar y, mientras veía cómo se alejaban, sintió una mirada de fuego clavada en la nuca, como si desease engancharla, como si no quisiera dejarla marchar.

– ¡Esos ojos!, pensó y, sin saber por qué, sollozó.

  Mientras, arriba, en lo más alto, un águila dibujaba espirales, una voz de otros tiempos le susurraba viejas canciones al oído y un mar oscuro y gris desplegaba olas dentro de sus entrañas.

Pasó la mano por el espejo, precisaba discernir mejor lo que ocurría allí dentro, pero una sombra resbaló sinuosa desde alguna esquina de la memoria y le apretó el corazón…

Era la misma sombra que envolvió las montañas y las borró del retrovisor. La misma sombra que la obligó a pisar con fuerza el acelerador, aunque el motor del camión refunfuñara. La misma sombra que la impelía a cruzar la frontera y escapar… porque precisaban subir en aquel barco de cualquier manera.

Pocos kilómetros antes de la frontera, notó que familias enteras caminaban pegadas a las laterales del camión: Madres con los hijos en los brazos o agarrados a sus faldas. Abuelos que arrastraban los pies ateridos de frío. Soldados maltrapillos que habían perdido la guerra y ahora se quedaban sin país.

Medio millón de españoles precisaron abandonar su tierra, después que se instauró la dictadura franquista. El espejo se oscureció por un instante y la joven con el capote sobre los hombros que dirigía un camión cargado de heridos se escondió en las sombras.

 – Ánimo, compañeros, mañana atravesaremos la frontera y de allí hasta La Rochelle es pan comido. Subiremos al barco y en un mes estaremos cantando mariachis y tomando tequila.

– Y subimos, vaya si subimos… Aquí estoy, pues, después de cuarenta años… preparando la maleta para volver.

Porque los días regresan; porque la historia puede repetirse. Sí, el tiempo juega a volver cuando las agujas del reloj confunden los caminos y el espejo nos devuelve, una y otra vez, las mismas voces y las mismas miradas, le insinuaba ese silencio conspicuo que se agazapaba dentro del ventrículo izquierdo de su corazón.

– Ya está bien, déjame ver el otro lado. Quiero saber si lo conseguimos. Preciso saber qué pasó. Tengo miedo, sí, lo confieso, pero también deseo volver.

Por detrás de las sombras, la sirena de un barco resquebrajó sus pensamientos. Y allí, en el silencio de su propia historia, masticó dientes y engulló exclamaciones, para que, en ningún momento, una palabra intempestiva suya interrumpiese lo que el silencio le deseaba decir. 

– Vuelve.  

Compró el pasaje de avión con la misma emoción con la que, 41 años antes, allá en su pueblo, votó por primera vez, aunque poco le duró la alegría. Se instaló en el asiento del pasillo con la misma ansiedad con la que, 38 años atrás, había subido en aquel barco que, junto a sus compañeros, la había transportado hasta la orilla de un mundo nuevo, un mundo que en un inicio no entendía, pero que con el tiempo había hecho suyo, un mundo del que ahora, de alguna manera, se despedía.  

– Iré contigo, abuela.

Llevaba casi dos años programando ese viaje y siempre encontraba algún motivo que, a última hora, la impedía ir. Era miedo y ella lo sabía, pero el tiempo de las excusas se había acabado. Precisaba volver antes del 15 de junio para depositar su voto, tal vez su último voto, en las primeras elecciones de una democracia que, tras 40 años de dictadura, daba sus primeros pasos. El resto no importaba.  

– Las últimas y las primeras, no puedo fallar, aseguró mientras apretaba la mano de su nieta y le pedía a la azafata que, por favor, le trajera un vaso de agua.

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