Del carnaval al Antroxu; del Antroxu al Carnaval.

El carnaval se alejó cuesta abajo. El disfraz rasgado, manchado de purpurina, carmín y sudor. Bajaba pensativo, e incluso puedo deciros que me pareció un poco gacho. Lo digo, porque vi como arrastraba los pies, ensangrentados de samba, e intentaba equilibrar sobre la cabeza un arco iris de sueños y latón, disfrazado de sombrero.

Juraría que andaba a tientas. En las manos llevaba los zapatos y el tamborín…lo perdí de vista cuando, para esquivarse de doña Cuaresma, atravesó la encrucijada del perdón, dobló la esquina del olvido, y cayó de cuajo, sin pensar, en un miércoles de ceniza grisáceo y fúnebre

Contemplé el rastro o el vacío que dejó durante algún tiempo.

El confeti se deshacía en el suelo y las serpentinas, enganchadas en los cables de alta tensión, goteaban tristeza. Carrozas medio desmanteladas y aparentemente abandonadas mostraban, sin ningún pudor, el último rasgo de una  sonrisa de papel maché, que al final se les transformó en mueca.

Los componentes de las alegres escuelas y comparsas se escurrían, junto con el maquillaje, por las oscuras bocas del metro.

Não deixe o samba morrer/ Não deixe o samba acabar/ O morro foi feito de samba/ De samba pra gente sambar…

El desfile de ayer fue hace un siglo.

Recordé mi época de corresponsal, cuando la primera noticia que debía escribir, tras el carnaval brasileño, era el saldo de muertos y heridos que había producido la tal fiesta. Y no eran pocos.

Me chocaba que, el tan cantado y esperado carnaval, además de sinónimo de fiesta, sensualidad y alegría, también lo fuese de zozobra e intranquilidad. La muerte sale a la calle al lado de las comparsas o escondida detrás de un antifaz.

Pierrot e Colombina. Eros y Tánatos. Sexualidad y muerte. Desfilan juntos… con mucha guasa.

Y mientras, en Brasil, los carnavalescos de las escuelas de samba ya inician los primeros croquis de lo que nos traerá el próximo carnaval, los estudiosos encuentran los orígenes de estas fiestas en las bacanales, que se realizaban en homenaje a Dionisio, dios griego del vino o en las saturnalias, fiestas romanas que, bajo el lema «vivir y dejar vivir», se celebraban en homenaje al dios Saturno.

Cuentan que el disfraz más popular de aquella época era el de sátiro. Yo diría que continúa actual. Y que los vecinos se reunían en las plazas para cantar músicas divertidas, a veces obscenas y siempre irónicas, conocidas por el nombre de «ditirambo» (cántico coral, considerado por algunos como el predecesor del teatro griego).

Ya la seducción por el misterio o por la sensación de clandestinidad que proporciona la máscara, dicen que la heredamos de los sumerios o de los egipcios.

Pero fue la Venecia renacentista, la que se proclamó capital absoluta del antifaz y del embozo. La máscara veneciana nos recuerda, nuevamente, la dualidad fiesta/duelo.

Pues, además de lujo y requinte, la máscara proporciona la impunidad que permite, tanto el disfrute prohibido, como el ajuste de cuentas truculento.

La máscara nos ofrece la posibilidad de ser todo lo que queramos…durante los cuatro días que dura el carnaval.

Tierra de grandes comilonas, los carnavales en la España del siglo XVII, conocidos también como carnestolendas, estaban dedicados principalmente al arte del buen manducar. In vulgo glotonería.

Así lo afirma, al menos, un entremés de Calderón de la Barca, en donde el autor de la Vida es Sueño nos detalla, no sin cierta ironía, las costumbres carnavalescas de la época.

Oh, loco tiempo de carnestolendas/Diluvio universal de las meriendas/Feria de casadillas y roscones/Vida breve de pavos y capones/Y hojaldres, que al Doctor le dan ganancia/Con masa cruda y con manteca rancia!/Pues ¿qué es ver derretidos los mancebos/Gastar su dinerillo en tirar huevos? …/No hay quien no tema en las carnestolendas.

Ya en la madreña asturiana de nuestros días, el antroxu, que es como los asturianos llamamos al carnaval,  mantiene su connotación de fiesta págana con cierto toque de festival gastronómico, en donde el cerdo reina majestuoso sobre las suculentas viandas típicas de estas fiestas.

No sería, por tanto, nada excepcional que, entre una y otra degustación,  dedicasemos un soneto a la borona preñada típica del carnaval del oriente asturiano, un entremés a les picatostes de Gijón, y una oda al cerdo o a la fabada…

Pero, el carnaval español solo recobró su aspecto más carnal, tras la muerte de Franco, cuando los ayuntamientos democráticos recuperaron el espíritu lúdico de esa fiesta popular. Evoco con grata sonrisa, los carnavales madrileños de Tierno Galván y el antroxu asturiano de La Felguera. Fue justamente allí, en mi pueblo, donde vi uno de los disfraces más divertidos que recuerdo: el de Bocata de chorizo.

Viví en ambas ciudades el espíritu burlesco e irónico de un pueblo que, para sobrevivir, aprendió a reírse, principalmente de si mismo.

Escuché, o tal vez leí, que el carnaval de Asturias conserva hasta hoy la esencia del antroxu original, mantiene las mismas ganas de invertir el orden de las cosas, y cultiva en las coplas cantadas por las folixas callejeras su tradicional humor burlesco, cargado de ironía y sarcasmo. Hay quienes las consideren insuperables, principalmente cuando dirigidas a los políticos y otras personalidades…

Jerónimo Granda ya cantaba hace algunos años en su disco Coplas de Carnaval:

Tenía un borricu Atón/ en la cuadra y a buen piensu/ muy guapu e inteligente/ llamábase Rigoletu/ Un día sacolú Antón/ y cuando taba montau/ oyó al burru que-y decía/ yo quiero ser diputau/ Dixo Antón a Rigoletu/ cómo dices coses tales/ non sabes que en el gobiernu/ non admiten animales/Entre rebuznos y coces/dixio-y Rigoletu a Antón/ hay muchos más diputaos/ que son más burros que yo.

El miércoles de ceniza, sin importarle el hemisferio, generalmente se despierta gris. El carnaval sale de escena durante el entierro de la sardina. Se aleja despacio, cansado. Retira la máscara sin mostrarnos el rostro. Le gusta dejar en el aire una pincelada de misterio, de sorna. Una especie de rendija por la que pueda volver a asomarse al año siguiente.


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